Inconsciencia

Creo que he perdido la cuenta del tiempo que has estado dormido. Tal vez nunca te lo dije, pero verte dormir es uno de mis más grandes placeres. A pesar de todo, a pesar del dolor o del engaño, tenerte aquí, junto a mí, es un privilegio… un regalo. Tuve miedo, no lo puedo negar, pensé que te perdería para siempre y ese pensamiento se convirtió en agonía con el paso de los días. No puedo creer cuánto daño pueden hacer las personas sin medir consecuencias; mírate, yo siempre pensé que eras como una roca enorme e infranqueable y ahora estás ahí, conectado a tantos aparatos raros que no pretendo siquiera entender, convertido en un frágil despojo de piel amoratada y rojiza, con los huesos frágiles y las venas a punto de reventar con tantas inyecciones. Pobre de mi niño, con esos ojos hermosos casi perdidos bajo la hinchazón y las ojeras violáceas. Te veo y no lo creo, no hay palabras suficientes para describir la aberrante necesidad que tengo de proteger con mi vida lo poco que me dejaron de la tuya, no te imaginas cómo deseo aferrarte a mi pecho y decirte que nada de lo que te ocurrió es real y que entre mis brazos estás a salvo, que todo estará bien. Si te contara sobre las noches que pasé en vela esperando tus noticias, ahogando mis lágrimas en el peso de tu ausencia, esperando que un milagro te trajera de vuelta a mí, sin pensar en pasados ni presentes ni futuros, sin invocar tus errores ni los míos. Cómo me gustaría que me escucharas hablar de ese ser volátil e irreconocible en quien me convertí mientras no estabas, todos alrededor, tan preocupados por ti, de un momento a otro comenzaron a centrar su atención en mi. ¡Qué absurdo, ¿verdad?! Mientras tú te debatías entre la vida y la muerte en quién sabe qué lugar del mundo, tratando de mantenerte alerta ante cualquier designio retorcido de la mente enferma de tus carceleros, todos aquí se preocupaban por mis actitudes, mis comentarios, mis desvaríos, mis desórdenes alimenticios y mis noches fantasmales recorriendo la casa descalza como un espectro. Pobrecillos ellos también, terminaron siendo víctimas silenciosas de mis manías y de tu desaparición, de mi necesidad de ti y el ardor de mi sangre cuando el corazón la bombeaba y cada latido era la prueba de un segundo más que pasaba sin verte, el tiempo transcurría y yo permanecía tan impotente como al principio y como al final, este aparente final en el que sigo buscando respuestas mientras añoro con fervor que despiertes y seas tú quien me diga que todo va a estar bien, que estás aquí y que no te duelen esas heridas, esos golpes, en fin, todas esas manchitas entre rosado y púrpura que te cubren de pies a cabeza. ¡Ay mi niño!, ¡con lo hermoso que eres! Con esa voz que derrite cuando juegas con las palabras, con esa forma excéntrica que tienes de ver la vida. ¡Ay, mi niño!… ¿dónde estás ahora?, ¿con qué sueñas?, ¿recuerdas cómo sucedió todo?, ¿me recordarás cuando despiertes?

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