Sinsentido No. 2

Alrededor, todos me miran con la firme certeza de que estoy haciendo el ridículo. Siempre he sido volátil, cambiante, pero aprendo de las experiencias y de todo lo que me ocurre, y aún así tengo esta tendencia innata a caer y caer otra vez. Todo empezó un día raro de octubre, el día que cambió mi vida de buena manera, la realización de un sueño, el cumplimiento de una meta personal. Pero no voy a hacer demasiado largo el cuento. Todo se resume a una serie de eventualidades que hicieron gala de la casualidad para desordenar mi vida. Lo curioso del asunto es que, en primer lugar, yo no creo en la casualidad, y en segundo lugar, llevaba meses profesando por todas partes mi muy difícilmente labrada independencia emocional y procurando evitar cualquier señal o indicio que me llevara a sentirme así y a dudar de ella. Justo como me siento ahora.

No obstante, a mi favor voy a decir que es culpa de las circunstancias. Eso le pasa a la providencia  por poner en el mismo lugar una escritora lunática con delirios de fangirl adolescente y al prototipo de espécimen que ha venido evitando durante tanto, tanto, pero tanto tiempo, convergiendo al unísono, creando una aureola de romance etéreo con frases cliché que van y vienen, comentarios prefabricados de parte y parte y la condición irrevocable de mi facilidad para reincidir.

Está bien, lo acepto, eso no excluye del todo mi responsabilidad. Pero aquí también hay alguien a quien puedo culpar: mi grandiosa e indiscutiblemente perversa imaginación. Y es que tendrían que verme ese fin de semana donde construí una historia digna de contarse en una comedia romántica de tres pesos. El lunes siguiente amanecí empalagada con mi propia saliva y la vida tenía cierto color rosado sombreando los umbrales de mi consciente inconsciente (¿o era al revés?), y fue entonces cuando lo arruiné.

Sin embargo, aunque esté asumiendo el ochenta por ciento de mi responsabilidad en los hechos, vamos a reconocer que la víctima del desvarío no es precisamente un dechado de virtudes. Lo sería si no hubiera cruzado esa delgada línea entre la amabilidad y el interés, porque es imposible que absolutamente todo sea una mala interpretación mía y un acto de cortesía por parte de él (¿o sí?). Está bien, tal vez sí le di un contexto “ligeramente” conveniente a las señales, probablemente puse la situación a mi favor de una u otra forma, pero es que volvemos a lo mismo… reincidencia, imaginación y voluntad para creer. Desde ingenua hasta estúpida me han dicho. Otros menos pesimistas y más amables me llaman idealista y romántica, pero esto no es una cuestión de amor para mi, no. Es el debate interior entre lo que quiero y no quiero sentir, suprimir de mi diccionario la palabra “expectativa”, al menos en cuestiones del corazón, lo cual, no nos engañemos, es algo imposible.

La verdad, hubiera preferido saborear la frustración desde el principio (de un solo golpe y sin anestesia), en vez de acariciar ese minúsculo segundo de gloria, el cual, al parecer fue mucho más perjudicial que la honesta indiferencia a la que empezaba a acostumbrarme. Quería que funcionara. Algo en el fondo me decía que podía suceder. Esperaba lograrlo, la meta anhelada, dejar el conformismo a un lado y no esperar únicamente que alguien se interese en mi para acercarme a él por inercia y procurar brindarle un modelo sintético de amor eterno germinado in vitro sin pizca de emociones naturales, como ya me sucedió. No importa lo que pase ahora, no importa si tengo que obligarme a dejar de pensar en ese breve instante en el que imaginé que sería posible, no importa si en un par de meses, como pasa con la mayoría de mis escritos trascendentales, acabo leyendo éste y diciendo “¡por el amor de Dios!, ¿cómo pude ser tan ridícula en la vida?”, de hecho nada de eso importa mientras yo conserve esa facilidad tonta para volver a creer, tan tonta como yo quizás. Porque tomar el comodín de la certeza,  racionalizar el amor hasta volverlo de plástico y convertirme en la tranquilidad de un corazón que diga amarme sin necesidad de reciprocidad, es un riesgo que no pienso volver a tomar. 

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