Sinsentido No. 4

Buenas tardes D’artagnan. Te saludo porque hoy no he tenido la oportunidad de hacerlo. Ayer tampoco la tuve, pero sí acabé enfrascada en una discusión estéril con alguien muy cercano por tu causa. No es la primera vez que pasa y seguramente no será la última, especialmente mientras se resuelve  el asunto aquel del capricho con el que nadie (ni siquiera yo) está de acuerdo. Es curioso que sobre nuestra historia (o mejor, sobre la historia que yo he construido en mi mente para los dos) las opiniones no estén divididas como suele pasar, no, en este caso todas se ponen del lado de la razón, la conciencia y el deber ser hasta un punto casi cruel. No estoy muy segura de quién debo ser ahora. He sido buena hija, buena hermana, buena amiga, buena persona hasta donde alcanzo, pero esta situación me está poniendo en una balanza que se inclina hacia un lado que no me gusta. En el fondo sé lo que es correcto, pero no es suficiente, no me basta con eso. De cualquier modo D’artagnan, tú tienes la culpa de los últimos acontecimientos. Está bien, yo lancé el anzuelo, no me esmeré porque fuera la carnada más elaborada de todas, pero lancé el anzuelo y te ofrezco disculpas si éste te golpeó la cabeza muy duro. Estaba tan acostumbrada a perder que me sorprendió tu capacidad de respuesta. No obstante, sigue siendo tu culpa aunque no lo sepas, aunque jamás lo sepas, porque, en contra de todo pronóstico, me impides alimentar mi pesimismo con detalles tontos y le abres un mundo de posibilidades a mi imaginación. Sí, esa de la que hablamos el otro día.

Mira que he estado pensando seriamente que sería mejor que no existieras. No te confundas, no deseo que desaparezcas, simplemente que jamás te hubieras cruzado por mi vida, pero ya ves cómo son las cosas de Dios, Él básicamente (y con el respeto que me merece por ser un gran, pero gran amigo, el mejor de todos los que he tenido), hace lo que le da la gana. Y aún así, de una u otra forma se ha convertido en mi cómplice, a pesar de que debe estar un poco confundido con mis súplicas. Un día le pido que esto funcione, al otro día le pido que me ayude a sacarme esa estúpida idea de la cabeza; al día siguiente estoy diciéndole que voy a dejar a un lado la conciencia y lanzarme al vacío y al otro día le pido que me devuelva la tranquilidad de antes y me libere de ti, de ti y de los gusanitos con alas que abandonaron mi estómago para revolotear por el torrente sanguíneo, alborotándome el pulso. Mi sangre está en llamas D’artagnan, ¿cómo lo haces? No recuerdo la última vez que sentí que me quedaba sin aire al recordar una imagen, pero esta mañana cerré los ojos, te vi sonriéndome con desenfado y sin malicia, con esa forma curiosa y ligeramente excéntrica que tienes de actuar, y suspiré… pero no de la forma poética sino de verdad, casi broncoaspiré con los ojos anegados. Carisma le llaman algunos, magia le llamo yo, pero ya me conoces, soy la romántica de la historia, la que creció viendo novelas, la que cuelga mariposas en la pared de su habitación para representar el camino de la creación narrativa, la libertad, la inspiración, las alas que me hubiera gustado tener, la utopía D’artagnan, como lo que siento por ti y que no debería, como el escalofrío posterior al beso robado, el temor de tu cercanía, la necesidad de verte y de escribir estas líneas antes de morir en una absurda y memorable combustión espontánea. Utopía el haber puesto mis ojos en ti, lo sé, como la tuya de haber soñado un día con crear sobre el papel universos paralelos, los mismos donde me gustaría vivir en este momento porque estoy segura que allí todo sería más fácil; allí yo no sería emocional, volátil, vulnerable y transcendental y tú D’artagnan, en ese universo paralelo, seguramente y para mi fortuna, no serías ajeno. 

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