Esto no es poesía...

Esto no es poesía, es solo una manera de decir las cosas. Hay un tipo aquí –a guy, diría en mi clase de inglés– y no es como los demás. Lo sé, esa es la frase cliché favorita de las novelas y comedias románticas que tanto me gustan, pero es en serio, no es como los demás. Los demás no me generan tanta curiosidad, los demás no caminan rompiendo el viento, los demás no me hacen sentir esta necesidad indómita de mirar en su dirección cuando paso por ahí. Los demás no tienen ese timbre de voz desesperante que me hace pensar… ¿por qué no me fijo en los demás, por qué me estoy fijando en él? Los demás no hacen que mi estómago se revuelva cuando la casualidad hace que cruce la mirada con ellos; los demás no tienen vellos en los brazos, ojos verdes e intensos y ese cuerpo sugestivo cuya descripción decepcionaría a mi mamá –muy delgado para mi gusto, diría–; pero es que tendrían que verlo, de verdad. No, no es nada del otro mundo, de hecho, es arrogante y hasta un poco imbécil –¿o acaso es mi defensa en busca de sus defectos?–, siempre con esas camisas de colores, con cuadritos y rayitas, siempre así… con la chaqueta de motociclista que le entalla la cintura –esa cintura, esas manos, mis desvaríos– ah, sí, esas manos… manos y ojos que arrebatan, que sofocan, que inundan la imaginación. Y mi imaginación es peligrosa, quien me ha leído lo sabe. Esto no es poesía, ya lo dije, está muy lejos de serlo, porque estamos muy lejos del amor, el amor siempre es poesía, el deseo es solo esto, pero ¿qué es esto? Crear un universo entero de posibilidades y saber que al final del día él y yo vivimos en lugares opuestos sin converger jamás. En parte es bueno estar tan lejos del amor, ¿saben?, sin querer referirme a él con ternura o parafrasear sobre mis anhelos con lírica y corazón; pero lo veo y se me ocurren tantas cosas, ¿el futuro?, ¿un instante?, mezcla extraña de carne y fuego, la sangre invadiendo mis mejillas, el alma vibrando con su presencia, enredando mis dedos en su cabello… y lo que sigue –¡Vaya que sospecho lo que sigue!– escalar las cumbres de su cuerpo aferrándome con uñas y dientes a su pecho, contener la respiración entre beso y beso al límite de devorar cada resquicio de su aliento, prenderme de sus brazos, arañar sus intenciones, envolver con mis piernas su cintura y naufragar. Y al final, a pesar de mi, a pesar del imaginario colectivo y que esto no pase de ser una manera de decir las cosas, no podemos evitarlo… siempre, siempre, siempre converge en poesía. Es la voz de las entrañas, el sabor de la redención.

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