De la Liberación Femenina... y otras utopías.

Desde niña me han vendido la misma idea: la de la indiferencia. Según los expertos (o mejor, quienes me han aconsejado) la indiferencia es un arma infalible cuando de conquista se trata. Pero esa teoría esconde un fondo mucho más oscuro: la necesidad innata de las mujeres de dejar todo en manos de los hombres. Ya verán a qué me refiero.

A mi edad, la mayoría de mi familia ya había construido una familia. Está bien, los tiempos han cambiado y hemos construido diferentes formas de involucrarnos a la sociedad individualmente. Sin embargo, ellos a mi edad ya habían cumplido esa parte de la cuota social. No estoy diciendo precisamente que me urja hacerlo. No me interesa tener hijos por ahora y la idea del matrimonio realmente me parece escabrosa (aunque adoro las bodas), pero me sorprende la facilidad con la que se adaptaron a las condiciones que estableció la sociedad para involucrarse emocionalmente con una persona del sexo opuesto. A ver si me explico. Hace mucho, mucho, mucho tiempo, éste era un mundo dominado por hombres, ellos trabajaban, ellos decidían, ellos podían usar pantalones, votar, conducir los vehículos y determinar el destino de sus hijos. Los hombres gobernaban, los hombres dirigían –y de hecho dirigen– la Iglesia, y los hombres escogían una esposa con quien formar una familia. Hasta ahí todo me parece políticamente correcto.

Sin embargo, en pleno siglo XXI, cuando muchas de estas cosas han cambiado, una de ellas se mantiene intacta y es la que de una u otra manera me revienta el hígado: esperar a que el hombre escoja con quien formar una familia, bla, bla bla. Sé que en este punto muchos entrarán a refutar que no es cierto, que son cosas que se dan, que es el destino, que llega la persona indicada, etc. Pero no es así, de hecho hay solo dos escenarios: un hombre decide conquistar una mujer, el mundo lo alienta y él se lanza con toda su artillería para lograr que la mujer en cuestión le preste atención. Cuando él ha puesto sus cartas sobre la mesa, ella decide si acepta o no los galanteos y si quiere involucrarse con él. El otro escenario, el más utópico, es cuando los dos se encuentran al mismo tiempo compartiendo alguna circunstancia y sencillamente convergen, ¿al tiempo? Eso deja por fuera el escenario que yo me he venido planteando hace tanto tiempo y que me llevó a escribir este texto. ¿Cuál es la razón que lleva a una mujer a esperar y esperar y esperar y esperar a que un hombre la voltee a mirar cuando éste despierta en ella un interés? Fácil, la sociedad otra vez.

Toda la vida nos han instado a “hacernos respetar”. Me refiero a las mujeres, por supuesto, porque los hombres claro, al parecer no necesitan de eso. Hacernos respetar, para mamás, tías y abuelas es simplemente no demostrar demasiado interés, no mirar con deseo, y especialmente sentarse a esperar a que sea él –no matter who– quien abra los ojos una mañana y descubra que no puede vivir sin nosotras. Pero yo me pregunto, ¿qué pasa cuando somos nosotras quienes tomamos conciencia de no querer vivir sin ellos en algún momento?, ¿por qué el silencio obligado?, ¿por qué la espera?, ¿qué es eso de hacerse respetar?, ¿por qué ellos no se hacen respetar y se botan lanza en ristre sin importar las consecuencias? Imaginemos una situación –fingiremos que es hipotética– en la cual a una mujer promedio le interesa un hombre promedio. Imaginemos también que tiene que verlo a diario, o por lo menos tres veces por semana. Esta mujer, puede inventarse ene mil excusas para acercarse, puede incluso lograr que en algún momento haya cierto contacto pero por nada del mundo puede insinuar directamente al susodicho que está interesada en él, mucho menos puede enviarle un ramo de flores con una bonita tarjeta ni enviarle un trago a su nombre si se lo encuentra en un bar. A los hombres, ¿les parece familiar? Obviamente, si a un hombre le interesa una mujer y realiza todas estas acciones para demostrárselo, no solo va a conseguir la atención de la damisela en cuestión sino la admiración de quienes lo rodean por su valentía y su sentido del romanticismo. La mujer por su parte, va a conseguir que el mundo entero la conciba como fácil, lanzada, intensa, regalada, necesitada y demás apelativos que no vale la pena mencionar pero que solo dejan una conclusión: ella tiene que esperar simplemente a que él note que existe, y mientras tanto para él se abre un mundo de posibilidades porque en cualquier momento puede poner sus ojos en alguien más y tiene libertad de actuar a su conveniencia, lanzar sus dados al gana-pierde con el respaldo que la historia y la sociedad le han dado.

Reconozco que no se puede generalizar. Un hombre con demasiados detalles se puede tornar intenso e incómodo, aún más cuando la mujer realmente no está interesada en seguir su juego. Sin embargo la intensión de esta reflexión –sin sentido para muchos– no es esa. Una mujer no necesita convertirse en una caricatura de sí misma para llamar la atención, la naturalidad es fundamental, pero también requiere un mínimo de esfuerzo y dejar tantos juicios. Sigo sin comprender porque ellos pueden poner sus cartas sobre la mesa y con valentía y nosotras por el contrario debemos esperar a que el milagro ocurra, la convergencia suceda y si él se entera que existimos, entonces fue el destino que nos hizo el uno para el otro, pero, si no funciona y al bajar el telón no hay ni un aplauso para nuestra actuación, la conclusión será que eso nos pasó por regaladas.

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